domingo, 29 de agosto de 2010

Javier Marin

Conocí a Javier Marín a principios de los fértiles y febriles años 80. El efecto Dadá que recorría España llegó a una Murcia que salía del post-Franquismo con una mezcla de somnolencia e ingenuidad y los jóvenes artistas asomábamos el hocico a la calle y a la vida.
Realmente para nosotros la vida era la calle y los bares la prolongación del estudio donde poner a prueba nuestra emergente sensibilidad, que contra todo pronostico se alejaba de la misión que la última generación nos tenía asignada.
La única palabra que tomamos en consideración fue la palabra “LIBERTAD” en el sentido más caleidoscópico que se le puede dar al término. Es cierto que la historia nos daba un respiro: no habíamos visto todavía los ojos del Sida y el capitalismo no tenía aún sucursales en las esquinas de la contracultura. Asistíamos pues, sin saberlo al final de la defensa de los valores personales, eso que en política se ha querido llamar ideología. Y partíamos con una condición indispensable para llegar al fracaso: la confianza absoluta de que nuestra creatividad pondría a la vida de rodillas. Sin embargo, como dejó escrito Jaime Gil de Biedma “ Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde…

Así que en medio de este paisaje entré una noche en uno de esos bares donde construíamos el mundo hora tras hora. Me aposté en la barra, pedí un gin-tónic y me disponía a llevármelo a la boca cuando noté a mi lado una presencia alta y desgarbada. Miré hacia arriba y lo primero que pensé era que Groucho Marx se acababa de disfrazar de Jimmy Hendrick para salir a tomar un trago sin ser descubierto, pero aquella idea era demasiado absurda incluso para una noche de los 80.
Aquel tipo tenía aspecto de ir a la deriva y como no había mucha gente a esas horas empezamos a hablar como dos niños que se encuentran en un parque. No recuerdo muy bien quien empezó antes, pero a juzgar por su cara él también estaba sorprendido por lo que tenía delante. Recuerdo a duras penas nuestra primera conversación, de lo que estoy seguro es de que si pudiera reproducirla sería igualmente incomprensible. Aquella noche se nos hizo muy temprano y a esa noche le siguieron otra noche y otro día, y al día siguiente otro día y otra noche y así durante varios días, al cabo de los cuales nos presentamos por fin con nombre y apellidos. Sin embargo, desde el principio fuimos declarando nuestras vocaciones creativas, ante la desconfianza mutua de que alguien con esa pinta tan poco solvente optara por un oficio tan pretencioso. “¿Qué poemas podría escribir semejante tipo?” Pensé.
Como habíamos hecho buenas migas en lo mundano temí que al leer sus textos no me quedara más remedio que ser sincero y acabar demasiado pronto con una amistad tan peculiar. O tal vez estuviera ante un Mister Hyde literario, que saliera por las noches a pasar la resaca intelectual con el populacho. Sinceramente no se me ocurría que género poético podía practicar mi nuevo amigo. ¿Poesía social? ¿Poesía amorosa? ¿Alguna suerte de jeroglífico poético-experimental con que poner cara de interesante? Intentaba hacer su retrato artístico de camino a su casa, donde había prometido mostrarme sus manuscritos y abrirme la nevera en la modalidad de buffet libre.

Recuerdo la carpetilla azul de cartón que protegía unos folios de baja calidad taladrados por los caracteres metálicos de una Olivetti, mientras la luz del alba entraba por la ventana y los quesitos con pan Bimbo y cerveza nos devolvían la calma y la vida. A medida que me recuperaba de un cansancio y un hambre que siempre hubiera negado, noté que de aquellas frases largas, alborotadas de rimas y arritmias, emergía un significado curiosamente diáfano. Las metáforas florecían como pompas de jabón que al subir explotaban en mi cara dejando un rastro de humedad en la punta de mi nariz, como prueba de su presencia.. No había otra forma de decir lo que allí estaba escrito, estaba ante una poesía tan compleja como cristalina. Como una cebolla roja que a pesar de su aspecto seco fuera enterneciéndose conforme arrancaba sus capas. Imprevisible y absolutamente necesaria.

Dice André Magnin que “el verdadero arte nos ofrece siempre una espera que desconocíamos”. No era una sensación nueva para mi, pero era la primera vez que me ocurría con unos folios sueltos entre las manos y su autor dormido en un sillón de skay frente a mí. Cuando acabé de leer la totalidad de los poemas de aquella carpeta, el sol invadía violentamente la estancia y no tuve más remedio que reconocer que estaba tan agotado que lo más prudente era cerrar los ojos y quedarme donde estaba.

Aquellos versos se publicaron por primera como ganadores del premio Esquío de 1985 en la editorial Valle Inclán de Vigo y un año más tarde en la Editora Regional de Murcia bajo el título “BUFES, VIDA MIA”. Para aquella edición Javier Marín me encargó un código de puntuación, al que llamamos índice de gordas, ya que eso es lo que representa: unas liliputienses gorditas negras que van salpicando el libro, indicándonos entre tanta exaltación donde estamos aproximadamente. Quizás aquel índice no aporte mucho al libro, pero era una forma tácita de sellar nuestra amistad y el mutuo reconocimiento que aun nos tenemos. Por aquella época nos apasionaban las gordas (sobre todo a mi). Entonces no nos atrevíamos a explicar esa tendencia inconfesable, pero con el tiempo he llegado a pensar que “la gorda” representaba el extremo confortable de un ser incomprensible, al que dedicábamos una gran cantidad de tiempo y energía. Las virtudes más deseadas de la mujer se concentraban en ese particular prototipo de semidiosa carnal: la generosidad, la comprensión, la ternura, el humor, el goce, la glotonería, la entrega, el desparpajo, la geometría más melosa, el ácido olor de la piel del deseo y una energía infinita.

Confieso que más tarde he amado,(como tantos) armado con este libro. Haciendo míos algunos versos o ahuyentando los silencios con el libro en una mano y un rumbo incierto en la otra. Pues si es verdad que un buen libro nos ayuda a vivir, un buen libro de poemas nos tiene que ayudar a amar o como dice el cartero de Pablo Neruda “La poesía no pertenece a quien la hace, sino a quien la necesita…

Al Javier de aquellos años debo algunas de las figuras principales de mi “panteón cultural” :
- DE LA GUERRA de Karl Von Klausewick, que usado en términos amatorios no garantiza el éxito pero entretiene los tiempos muertos (que también los tiene el amor).
- Las versiones de “Te Quiero a Morir” y “Un Ramito de violetas” de MANZANITA.
- Los textos de ROALD DAHL.
- “1280 Almas” de JIM THOMPSON.
- “¿Acaso no matan a los caballos?” de HORACE Mc.COY.
- “Escuela de mandarines” de MIGUEL ESPINOSA.
- “Cosecha roja” de DASHIELL HAMMETT.
- “Museo de Cera” de JOSE MARIA ALVAREZ.
- “Triste solitario y final” de OSVALDO SORIANO.
- “Un ciego con una pistola” de CHESTER HIMES.
- La col fresca con pimentón y comino.
- Y el gin-tónic en copa con limón exprimido.

Desde entonces han pasado muchas cosas por la vida de nuestras vidas. Hemos cambiado lo justo para darle al joven que fuimos algunos de los caprichos que le prometimos y esos caprichos nos han convertido en adultos para poder pagarlos con cierta dignidad. Por eso cuando, hace apenas un mes, encontré un ejemplar de “BUFES, VIDA MÍA” en las ofertas 2 por 1 de la feria del libro, un pellizco agridulce me sacudió el corazón. Con veinte años menos hubiera obligado al librero a subirlo a la estantería de la que nunca debió bajarlo, pero pensándolo mejor no era ese un mal sitio para el libro y las historias de las que fue testigo y hasta detonante. Así que me limité a elegir el título del segundo libro para entrar en la oferta. Creo que fue “Las100 mejores partidas de ajedrez de la historia”, un libro que de seguro el propio Javier Marín hubiera usado sin reparos como fuente de inspiración para algún poema.

Durante estos años el libro ha vivido su propia vida y ha entrado en la de mucha gente, cargándose de anécdotas y tejiendo a su alrededor una red de fans de distinto pelaje, no siempre entusiastas de la poesía. Una gran secta a la que podríamos llamar “LOS BUFISTAS”.

En el año 2001 Javier Marín publica “MANUAL DE ENÉRGICAS DUDAS”, Premio Barcarola del año anterior. Una consecuencia de BUFES, VIDA MIA, donde los personajes: Roberta di Camerino, Betsy la mulata, San Agustín o Lancelot emergen con el descaro de un mito joven, pero con toda la fuerza de una leyenda íntima. Y en “RAIZ DE AMOR” de Alfaguara Juvenil, una antología de poemas de amor para jóvenes. También ha publicado esporádicamente en mis cuadernos de notas y en algunos de mis catálogos como el que me dedicó para la carpeta de grabados LA FRAGUA DE VULCANO. Dice así:

- ¿De dónde vienen los colores?

- De la tierra y el fuego.

- ¿Y de donde vienes tú?

- Vengo a dibujar en el techo de tu habitación una piedra y un pájaro,
vengo a retener en mi mente el color de tus ojos
para tintar con él el cristal de mi ventana,
vengo , si quieres, a verte y a estar contigo y conmigo.

- Yo lo que quiero es que te escondas debajo de mi falda
y que me pintes el ombligo con tus manos de herrero
y que crezcas conmigo como un capricho.
Quiero que te tumbes a mi lado
para que veamos salir el sol a través de las paredes
y para que nos bañemos en la espuma de los días que,
aunque tú todavía no lo sabes, viviremos juntos.

Ella inclinó suavemente el cuello,
desparramó su largo cabello mostrando la oreja desnuda y un trozo
de nuca, e inundó la estancia con un denso perfume de bizcocho.


Pero no quiero terminar esta presentación sin hacer referencia a algunos de las ingredientes que hacen de la poesía de Javier Marín una herramienta útil de aproximación al universo femenino y un harakiri emocional no apto para espíritus ortodoxos. Citaré algunos de ellos…

- EL AMOR. Quizás sea esta la excusa principal sobre la que gira la mayor parte de la producción poética de Javier Marín. Pero en este caso no nos enfrentamos a un tipo de amor cuyo fin es simplemente la persona amada sino a un sentimiento más amplio. Un estímulo entre el amor a las cosas de este mundo, digno de San Francisco y la fascinación por el puro trastorno químico cercano a las tesis de “El amante del Amor” de François Truffaut. “Te amo, pero no tiene nada que ver contigo” 0 “ Sí llega el amor, que te encuentre amando” son dos buenos ejemplos de este argumento.

- LA SEDUCCIÓN. A esta misión está dedicado el demonio necesario al que todo artista encarga combatir la obviedad. La seducción es el mecanismo por excelencia. La frustrante estrategia que intenta minimizar el miedo a que nuestros deseos sean rechazados. Lo que hace útil nuestra energía frente a una derrota inevitable.“…la confirmación de la debilidad frente a un enemigo siempre fresco, continuamente llamativo, inteligente en todas las direcciones…” confiesa Javier Marín.

- LA IRONÍA. Una suerte de rendición de antemano por si acaso. Un bálsamo antes de la herida. El uso del humor en nuestro propio beneficio, útil para seducir y para pedir perdón. Para atraer a la presa y para jugar con ella. Como un gato juega con un ratón y lo deja escapar por miedo a que le muerda la lengua si se lo mete en la boca. La ironía nos permite siempre camuflar los dejes de cobardía que nos hace más humanos, sin por ello perder la compostura. “…También eres más fea que un bolígrafo y sin embargo, no le doy la menor importancia…” o “…lo grave del caso es que eres más fea que una sola noche sin ti…”.
- EL FRACASO. El único final tangible. Tanto para el poeta como para el objeto de su poesía. Una coartada perfecta para la vehemencia más absoluta. “…Te amo, mi señora, Como Nerón y los bárbaros amaron a Roma. Experto en todos los fracasos, mi apuesta no tiene límites…” Un aroma que impregna cada verso, hasta el más fiero y que se perpetúa más allá del fin de la aventura a través del recuerdo como en el fragmento que da título al primer libro “…Bufes, vida mía que significa: lo que cuesta perder un universo que un día se tuvo entre las manos…”

- EL ABSURDO. Una apuesta consciente por el caos, con la vaga esperanza de que salgamos ilesos de toda guerra sentimental. Un placebo brillante que nos aleja por un momento del fragor y nos sumerge en el delirio. “…De noche todas las vacas son grandes vacas negras…”

- LA TERNURA. Es el argumento más astuto. La única garantía de una entrega provisional del objeto amado. Un dardo mortal en el talón de Aquiles de un mundo femenino inexpugnable “…Acostumbrado, como pájaro sin patas, a permanecer para siempre suspendido en el aire: he pasado la noche besando tus omoplatos…”

Por tanto amigos estén atentos a la lectura de estos poemas, pues tienen la propiedad de hacer desaparecer a su autor y dejarnos solos frente al mundo, y como por un efecto Venturi ocupar su lugar. Creando la ilusión de que somos los protagonistas y sumergiéndonos a golpes de sonrisa en una tristeza incomprensible.

Murcia , 13 de Diciembre de 2005

1 comentario:

  1. Tengo 19 años, y ese gran manual de Javier Marín llegó a mis manos de una manera muy aleatoria . Me sobrepasó. Le dio la vuelta a todo lo que había podido llegar a entender sobre la estética. Es otro nivel de inteligencia, astucia, comprensión, visión, pasión, completamente rejuvenecedora real y surrealista.

    Hoy habré leído el poemario unas cuarenta veces de forma completa, y me sorprende cada vez que lo releo.

    Me extraña que no tenga la trascendencia que se merece. Estos poemas serán innovadores y atrevidos dentro de cincuenta años, igual que lo fueron en los ochenta.

    Un gran saludo, y toda mi admiración y cariño.

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