Entre los siglos XIX y XX aparecen en Europa los primeros marcos legales que regularán el desarrollo de las instituciones culturales. En España por ejemplo se normaliza la estructura orgánica de la Administración de Bellas Artes con el nacimiento en 1900 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y la aparición de la Dirección General de Bellas Artes. Pero no es hasta 1933 con la creación en la Alemania nazi del “Reichskulturkammer” (Cámara de Cultura del Reich) por Joseph Goebbels, que nace la estructura de lo que serán las actuales instituciones estatales de cultura. Este primer ministerio de cultura (y propaganda) estaba dividido en siete departamentos: música, literatura, cine, teatro, radio, artes plásticas y prensa, dirigido cada uno por un “comisario” proveniente de la GESTAPO (de ahí su nombre). El aparato hitleriano entendió que el control de la cultura popular es fundamental para perpetuar el poder y pronto las dictaduras del mundo fascinadas por el hallazgo crearan estructuras similares (Stalin, Franco, Mussolini, Castro, Mao, etc..), podemos asegurar que desde entonces todo régimen personalista por mediocre que fuera ha tenido una institución de control y confección de la cultura, sin embargo, tras la segunda guerra mundial las democracias occidentales se apuntarán con naturalidad a este esquema con la excusa de proteger un sector económicamente débil. A excepción de EEUU, el país capitalista por excelencia, que siguiendo su propio esquema apuesta por el mercado y la iniciativa privada convirtiéndose en pocos años en la primera potencia cultural del mundo. Sobre esta diferencia el ex ministro francés Claude Allégre asegura: “A los pesados ministerios europeos de cultura, dispensadores de subvenciones tantas veces arbitrarias, se opone la política norteamericana de masivas excepciones fiscales, que da la palabra a los actores del terreno y a su emulación". O como dice el escritor John Updike "Me temo que el dinero público en el arte sólo sirva para distraer a los artistas de su responsabilidad: hallar un verdadero mercado para sus obras o un público real con el que comunicarse". Para derribar muchos de los mitos que se manejan al respecto, les recomiendo la lectura del informe: De la culture en Amérique. (Frederic Martel. Editions Gallimard 2006).
Paralela a la evolución de las instituciones europeas ha transcurrido el papel del comisario como un cómplice necesario, desde el control de la producción en los regímenes totalitarios hasta la selección y encargo de las obras en nuestras democracias. Con esta operación de “doma” de la creatividad se consigue reciclar la energía individual del artista en doctrina, ya sea política, social o económica. En los años 60 del pasado siglo nacen con fuerza los movimientos conceptuales que cuestionan el objeto artístico como producto de mercado, renunciando en un primer momento a todo sistema comercial. Los artistas trabajan por un arte que valora la idea como factor autónomo del proceso y el mercado del arte es acusado, paradójicamente por los medios, de corromper al artista. Aprovechando la ocasión, las instituciones culturales optan en Europa por invadir el mercado creando con dinero público los primeros museos de arte contemporáneo como “contenedores de artistas vivos”. Ya no se trata de catalogar el arte bajo un prisma histórico como hicieran las clásicas fundaciones privadas anglosajonas, sino desde el mismo momento de su producción, asegurando así una interpretación histórica unívoca. El comisario es requerido para esta misión y se prepara para un nuevo reto: incidir personalmente en el hecho artístico, cambio que asume con la complicidad de la crítica que está dispuesta a colaborar con una perspectiva de ascenso a la “curia comisarial”. A finales del siglo XX, y una vez integrado definitivamente por el mercado un sector supuestamente crítico, las instituciones públicas instan al comisario a una fase definitiva de pluriempleo: junto al arquitecto estrella (otra figura de este “Monopoli”) se entregan a la más que remunerada tarea de dar sentido a la multiplicación exponencial de bienales y centros de arte, aunque en España este fenómeno se dispara gracias a la competencia entre autonomías. A estas alturas la figura del artista es residual y solo existe como coartada que justifica un modelo cultural sospechoso amparado por la administración pública. El mercado del arte ha sido barrido por un sistema de subvenciones disputado por instituciones y grandes corporaciones que, asesorados por una casta de comisarios de diversa graduación aumentan artificialmente la cotización de las obras hasta convertirlas en inasequibles para el coleccionismo privado. No deja de ser curioso que el discurso del comisario proponga obras cada vez más críticas con el sistema, pero si pensamos que su único cliente es la institución no podremos creer en un interés sincero por cuestionar las estructuras. La prueba es que dicho discurso es siempre genérico, lleno de lugares comunes y tan pueril como estéril cuando no vacío. La realidad es otra: los agentes y las infraestructuras que podrían crean un tejido cultural sólido han sido dinamitados y la ley de la oferta y la demanda se ha convertido una utopía nostálgica para cualquier artista que no sea útil al organigrama comisarial.
Este intervencionismo ha sido practicado sin solución de continuidad por todo el espectro político europeo y como no, también por el español. Por eso cuando en esta legislatura llega a la Consejería de Cultura de la Región de Murcia un público defensor de las teorías liberales, pensamos que los proyectos pré-diseñados tocaban a su fin y que el rumbo giraría en consecuencia hacia una potenciación de las iniciativas privadas que emanan de la experiencia diaria de los agentes del sector. Dicho de otro modo, desarrollar infraestructuras para la producción y dejar fluir al mercado que a día de hoy ha demostrado ser el más eficaz y justo de los modelos, por encima de las diarreas teóricas. Sin embargo los primeros proyectos de la Consejería sólo hablan con claridad de millones de euros y de comisarios, con la supuesta intención de situarse en la escena internacional (no sabemos si se refieren a los artistas o los gestores) pero sin atender decididamente al déficit en infraestructuras y a la realidad de un tejido raquítico. Lo que si hemos conseguido es poner en nómina a todos los comisarios del star - system a precios que no cobran en ningún otro sitio. Actualmente en Murcia se comisarían hasta las cenas. Hay algo en el paisaje actual de esta región que recuerda aquellas películas de Paco Martínez Soria interpretando al pobre “mañico” que iba a la capital a regalarle pollos y chorizo al listo de turno a ver si arreglaba “lo suyo”. Era difícil imaginar que una administración de centro-derecha diseñaría una política cultural tan intervencionista, paternalista y despilfarradora. Desde luego parece una inmoralidad en el actual contexto de recesión económica, como si el arte comisariado pudiera ser crítico con lo genérico pero indolente con lo cercano. Es terrible pero vuelve a imponerse desde el estado la premisa del despotismo ilustrado: “Todo para el pueblo pero sin el pueblo” en la que tanto se apoyaron los totalitarismos. Así las cosas deberíamos pedir una moratoria institucional con el fin de que las relaciones privadas se reestablezcan y que las agentes culturales tengan las oportunidades que sean capaces de generar, quizá cerrando por un tiempo las instituciones culturales podamos retomar el pulso de la realidad igual que los ríos se recuperan cuando dejan de echar mierda en ellos. Quieren convertirnos en un referente cultural internacional y solo se les ocurre comprar voluntades, en lugar de invertir a largo plazo para convertir lo local en universal. Si Nueva York es un referente internacional es porque en la ciudad se generó un “arte local” que pronto trascendió al mundo a través del mercado. Porque no olvidemos que Andy Warhol, Charly Parker o Lou Reed fueron artistas locales Newyorkinos, así como Picasso, Giacometti o Eric Satie lo fueron Parisinos. Si Berlín es un referente actualmente es porque hay un arte “local” Berlinés que atrae aún más artistas. Las regiones de España que exportan creación han conseguido a su vez generar un arte local fuerte y vinculado. Se trata, como en la agricultura, de abonar, abonar, y esperar a que aparezcan una generación de creadores que hagan volver al mundo la mirada y eso no se hace inventando proyectos desde un despacho, sino estando atento a los que se cuece en los espacios de trabajo. Pero para eso hay que creer en lo que se dice defender, porque un artista verdadero no necesita dictados para interpretar la vida. Lo demás ya lo contó Berlanga en su película “Bienvenido Mr. Marshal”, es confiar en que alguien vaya a venir a salvarnos sin hacer nada por nuestra cuenta, solo porque reciba unos miles de euros.
Febrero de 2008
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