El aullido de un lobo joven rompe la paz pactada de la noche. Hace tiempo que la manada cambió el viento de la montaña por unas pequeñas chozas cercadas con abrevaderos de pienso. A cambio la persecución se detuvo.
Tras la alambrada, una danza de muertos borrachos aterra la comarca con el crepitar de sus huesos. En el fondo de sus camas, las muchachas alzan sus pechos entre sueños y bailan para seducirlos. Las mas valientes salen descalzas por las ventanas.
Desde la copa del viejo pino quemado hasta la gran Jacaranda del río, un hilo de acero rojo guía los pasos de un dibujante sobre la ciudad. Sus gestos son tensos como el miedo y en cada hoja del cuaderno hay una urgencia de líneas que presagian su caída.
Al amanecer, un rastro de imágenes salpica las calles desconcertando a los ciudadanos. El lobo joven rompió la alambrada, ahora él es el viento que levanta los dibujos.
Murcia, julio 2008
(Para Miguel Fructuoso)
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