Creo que la ansiedad llega cuando nos negamos a ser extranjeros y construimos una patria que nos acoja para dejar de pasar miedo... Mientras tanto somos duros, fríos, irónicos, todo lo que oculte nuestra fragilidad. Necesitamos territorios e inventamos el estilo, la obsesión, el tema. La obra como un S.O.S.
Cada día nos acuden prioridades que no son las nuestras y negamos tanto nuestros deseos que acabamos olvidándolos. La política desde la sobremesa, restringe nuestros modos, nuestro lenguaje, nuestra obra.
Pienso en un comportamiento, un arte, que no esté previsto, que invada lo político y lo devuelva a su lugar subsidiario.
Sin la vanidad que destila la coherencia se puede hacer una obra nómada, un lugar de emociones cuya geografía acabe en nosotros mismos. Un artista sin necesidad de defensa.
Deseo una trayectoria dispersa como un viaje. Dejar que las piezas broten nuevas, sin carga adicional de erosión, sin lastres, evitando un ajuste excesivo. Una obra esperanzada como la mirada de un pintor de domingo. Poder fabular las estructuras para alejarlas del estéril rigor. Un arte expansivo, que contamine y se contamine.
Dispuesto a ser distinto y a parecerse, eficaz en todas las direcciones.
En mi ciudad, hay un hombre que pasea sin cesar con una enorme mochila. Lleva todo lo necesario, hasta un paraguas por si llueve y un mapa que estudia minuciosamente mientras recorre las calles. Nunca ha estado en otro lugar, así que debe olvidar cada día lo que la memoria le brinda para poder recorrer su propio espacio como el más sorprendido de los viajeros. Este sistema de construcción del mundo, venciendo los pronósticos más razonables, es el que traza los límites entre documento y poesía.
Murcia, 1996
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