martes, 31 de agosto de 2010

Los inicios de un pintor (Martín Paez)

Cuando observamos la obra de un artista a través del tiempo encontramos, casi siempre, la razón de ser de éste y, en muchas ocasiones, descubrimos incluso los móviles de esa razón de ser. Con Ángel Haro, pintor que he seguido desde sus orígenes, me une, pese a la diferencia generacional, una serie de coincidencias estéticas que nos permiten un diálogo fluido y casi festivo sobre el tema que llena nuestras vidas, el arte.

Conocí a Ángel Haro, como estudiante, carpeta en ristre, los enseres de pintar en el bolsillo y una mente cuajada de ilusiones. Se inició como le dictaba el sentimiento, con tonalidades fuertes, “fauvistas”, con léxico expresionista, en situaciones y actitudes donde el infortunio era sustituido por la ironía. Su dibujo seguro, incluso sus posibles dudas cromáticas, todo él, respiraba ese pórtico feliz y anhelado de la pintura de los ochenta. Todos se empeñaban en la abstracción y el informalismo, en tanto él nos sorprendía en los inicios con una figuración cargada de las influencias del diseño, el cómic y otros elementos gráficos que intervenían en la elaboración de su pintura. Tal vez Kichner, Nolde, Marc, estuvieran en la retina de su espíritu, pero la fuerza de sus inquietudes transmitían una fuerte personalidad que pronto se traduciría en esos personajes Negros que llenaban todo ese primer espisodio de su obra.

Ángel Haro, autodidacta, desarrolla una pintura de temas intelectualizados conjugando tópicos populares y elementos de cierto corte dadaísta. Como pintor de una época atormentada por las influencias de la comunicación y las imágenes publicitarias hay en las secuencias de esa larga narrativa que es su obra una fuerte dosis de mordacidad cargada de ingenua ternura. La pintura de Haro tiene un contenido esperanzador, feliz, crítico por las dificultades que observa en la sociedad, pero con el entusiasmo real con que se vivieron los ochenta. La española cuando besa, El loco conejo, Tú llegarás, son títulos representativos de esta primera época, que entronca con el largo e interesante período de los Negros. Por el azar, quizá, teniendo el negro en el soporte base de su pintura, inicia el sano ejercicio pictórico de contornear imágenes con colores intensos. El juego de dibujar sobre el negro le supone una colección extensa e intensa sobre ese microcosmos de personajes negros que bailan, juegan, caminan, se divierten, siempre en ademán feliz, como si se tratara de una viñeta de la publicidad. Ángel Haro nos ofrece el testimonio gráfico de unas gentes que nos fueron transmitidas por las grandes vías de la comunicación. No fue una experiencia directa sino elaborada hasta su viaje a Nueva York. Es en la metrópoli donde puede desarrollar sus curiosos personajes U.S.A. A este período pertenece Los luchadores, estudio de líneas y volúmenes que configuran una serie interesante.

Los bebedores, Blue room, obra sumamente elaborada, desarrollada sobre una superposición de planos, muy al gusto de la cinematografía; ¿Dónde vas joven blanco?, los salseros, y otros títulos nos ofrecen una iconografía peculiar, testimonio privativo de un artista que vive el espíritu cosmopolita desde la lejanía, llevado por una gráfica intuitiva y que palpa la cultura universal del mestizaje.

Después de aventurarse con otras tierras lejanas a la suya, se aproxima al entorno de sus orígenes, a la búsqueda de su identidad en la fragua paterna. El pintor se interioriza. La abstracción aparece como metáfora espacial. Poco a poco se adentra en el entorno cerrado o en la noche, debajo de la inmensa bóveda celeste, para redescubrir la luz que se filtra por entre los surcos del exterior hacia el interior. Es el negro, el color más luminoso, la dominante de su espacio, por donde penetra en forma de lumínicas materias las impresiones y sensaciones del pintor convertidas en ráfagas cromáticas. Pero todo ello es otro capítulo de la dilatada e inacabada obra del artista perteneciente a la lenta y segura evolución del pintor.

Recuerdo a Ángel Haro en sus inicios, desenvuelto, con el pelo rebelde y su actitud altiva. Pronto se abrió un hueco entre los jóvenes e influyó, quizá, en aquellos menos jóvenes con los que compartía taller y experiencias.

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