Sí damos crédito a las teorías de Asimov, la mutación electrónica de las herramientas es el penúltimo paso antes de iniciar la fase de autonomía que les permita dirigir su destino y el nuestro. Atrás quedarían por tanto los factores que rigen su morfología: peso, equilibrio, movimiento, rozamiento, volumen, transferencia de fuerzas… juego al fin y al cabo. Ese milagro tangible llamado mecánica que muestra impúdicamente sus reglas en el mismo momento de echar a andar dejaría paso a la críptica eficacia de la electrónica. La batalla entre esos mundos se palpa en cada disciplina contemporánea y el arte no se libra del silencioso conflicto que va a definir un mundo por venir. Los impulsos eléctricos nos fascinan por su poder y precisión, pero en la mecánica reconocemos unos órganos que podrían ser los nuestros. Sí alguien está echo a nuestra imagen y semejanza esa es la máquina, su fuerza nos atrae porque nos parece posible y su decadencia nos enternece porque también es la nuestra. En la piel metálica de cada una de esas herramientas podemos leer los avatares de su vida como en la cara de cualquiera de nosotros. Prestando atención a las piezas de esta exposición descubrimos rasgos de una anatomía que nos presenta a alguien visto en alguna parte.
Exposición "Ritmos de metal" de Ángel de Haro Hernández
Julio 2006
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