Este año se celebran los doscientos años del nacimiento de Edgar Allan Poe y los cincuenta de Kind of Blues de Miles Davis, que según la crítica (aleluya) es el disco mas influyente de la historia del jazz. Al final, este 2009 a pesar de los augurios puede resultar un año interesante. Para mí en particular con estas dos efemérides ya lo está siendo y supongo que la silenciosa casta de mi generación estará de acuerdo. Debo el conocimiento de Poe a mi amigo Diego Muñoz, quien en plena adolescencia y en medio de un paisaje contra-pronostico me abrió las puertas de su despensa literaria haciéndome probar varios frascos de literatura de misterio y ciencia ficción. Diego ya era entonces un conocedor silencioso de Lovegraft, Asimov, C. Clarke o Maupassant y me inició en una jodida tendencia, pues a partir de entonces sólo puedo terminar un libro con la condición de que me golpée (con mas o menos delicadeza) en el estómago. Después pasé a la novela negra americana y a algunos buenos títulos españoles del género que no desmerecían la tradición. Pero fue Edgar Alan Poe el que me hacía leer y releer sus relatos que aunque breves y concisos no dejaban de ser magnéticos. Algo había en ellos que iba mas allá de la simple narración de los hechos y que necesitaba una última lectura para entender el funcionamiento casi físico de sus imágenes. Sólo con Ambroce Bierce he vuelto a experimentar algo parecido, curiosamente también una recomendación de Diego Muñoz. Creo sin temor a equivocarme que Poe hubiera sido un excelente pintor al igual que lo fue otro de los grandes: Victor Hugo. Y no me refiero a las gracias gráficas de algunos escritores fascinados por la inmediatez plástica de las formas, sino al control alquímico de las luces y las sombras, porque quien sabe nombrarlas para el alma no le queda mas remedio que saber pintarlas. La caída de la casa Usher, Los crímenes de la calle Morgue", "El escarabajo de oro” y tantos otros tantos relatos ocuparon mis noches y mis sueños de entonces. Después busqué en su poesía un poco de sosiego pero el muy cabrón no daba tregua “Never more, never more” me estuvo repitiendo el cuervo durante años hasta que una mañana de enero de 1989 no tuve mas remedio que hacerle un homenaje para que me dejara en paz. Casualmente al final de ese mismo año, concretamente el 9 de noviembre, Miles Davis echó mi corazón a los perros. A mí y a todos los que asistieron a su último concierto en el Palacio de los Deportes de Madrid poco antes de morir. Aquel lagarto negro, de espaldas al público, enfundado en la chupa mas hortera que he visto en mi vida y soplando su trompeta roja purpurina pegada al bajo vientre, me ofreció el relato mas preciso sobre la soledad humana que he oído en mi vida, aún conservo escrita toda la zozobra emocional de los días siguientes mientras devoraba todos los vinilos de Miles que pude encontrar por Madrid. Creo que no fui el único, sino me creen léase el artículo de Enrique Vila-Matas “La gloria solitaria” (El País 6/12/2005) o escuche el tema “Miles, Miles, Miles” del grupo Esclarecidos. Para colmo cuando aquella noche se lo llevaban cubierto con una manta térmica hacia el camerino, los altavoces del pabellón nos despidieron con la noticia de la caída del Muro de Berlín. Con ese concierto pasa como con el Mayo del 68, que todo el mundo estuvo allí y tal vez así fuera. Mi relación con el jazz empezó cuando a mediados de los 60 mi padre me regaló el doble vinilo “The Great Summit” de Louis Armstrong & Duke Ellington y siempre se lo agradeceré porque es el disco perfecto para la infancia, pero cuando la vida se llena de nubes y buscas algo que sintonice con tu tristeza, entonces necesitas a Miles. No se si “Kind of Blues” es su mejor disco, yo podría nombrar algún otro: “Ascenseur pour l´échafaud” la banda sonora que creó para la película de Louis Malle o “Sketches Of Spain”. Aún recuerdo la cara de Curro Piñana la primera vez que oyó la “Saeta” en un viaje en coche a Madrid mientras preguntaba ¿Esto lo habrán oído en Sevilla? Alrededor de Miles otros me han acompañado en mi estudio muchas noches: Coltrane, Cannonball, Baker, Mingus o Monk. Y todos me enseñaron como debe comportarse un artista, tanto en su trabajo como fuera de él. El caso es que Poe y Davis representan especialmente los que marcaron esa atmósfera romántica que invadió mi futuro y el de varias generaciones, en un momento donde todavía la creación era la línea mas recta entre dos puntos: el artista y el ciudadano, sin intermediarios profesionales. Un mundo anterior a la institucionalización de las revoluciones estéticas, donde la excentricidad era una acción espontánea y sin sponsors. Lo importante es que crearon ese lenguaje universal y contagioso, esa estética del fracaso que exorcizó nuestros fantasmas sin avergonzarnos de ser sus espectadores. Gracias por lo que me toca y felicidades Edgar y Miles.
Enero de 2009
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