lunes, 28 de marzo de 2011

Una conversación 4º. (Isabel Tejeda).

SESIÓN 1.11.1999

I.—El texto está ocupando el lugar de la imagen en el arte. Hasta qué punto no se exige hoy que el artista teorice su obra y esto no está sirviendo para ocultar muchas mediocridades artísticas. Es como una revisión contemporánea del “Ut pictura poesis” horaciano.

A.—El artista de mercado debe ser un poco filósofo. Sin embargo la comunicación se da muchas veces por encima de las palabras. La relación entre la obra y un espectador tiene un misterio que no tiene el discurso.

I.—Quizás no el discurso frío, pero sí el poético, el texto paralelo.

A.—He conocido artistas con un discurso más bello que su obra y ese discurso puede ser otra obra. Hay artistas de los que dudo cuando los oigo hablar, y los hay que no me interesan ni por un lado ni por otro, aunque es una percepción personal e igual me estoy perdiendo algo.

I.—¿Qué relación hay entre tus libros de artista y tu trabajo? Conozco libros de otra gente pero son distintos, son ideas; la continuidad que tienes tú los convierte en una especie de biografía creativa, vómitos que tienen valor de obra en sí.

A.—Llevo ya veinte libros. Empecé con un formato de bolsillo. El primero era un libro de bocetos, rara vez hay un collage y si lo hay está muy justificado porque está en relación con el trabajo de ese momento. Anoto ideas para construir cuadros. Hubo un momento en que dejé de hacer libros, pero resurgieron con fuerza cuando volví a Murcia y me encontré sin estudio. Era el lugar en el que mantener la llama, por eso trascendió lo pictórico.

I.—Me atrae la relación del texto, en ocasiones citas, en otras, textos propios que llegan a tener valor plástico junto a las imágenes. Esa relación, que funciona tan bien, no la trasladas nunca a los cuadros. En tus libros estás muy desnudo y me llama la atención que los muestres sin pudor porque hay mucho de autobiográfico, de alegrías y miserias, de soledades y de encuentros.

A.—Eso no me preocupa mucho, me molestaría más exponerlos. Yo pintando soy pudoroso, me violento con lo autobiográfico, incluso en la obra de los demás.

I.—Tú no podrías ser Sophie Calle.

A.—En absoluto. Y no porque piense que no sea interesante. Creo que cuando uno roza lo pornográfico a la hora de mostrarse tiene que estar muy justificado. Puedo hacerlo en los libros porque sé que no se van a exponer.

I.—Pero cada vez los enseñas más. Eso puede empezar a afectar a la hora de hacerlos.

A.—No sé, pero eso sigue sin influirme a la hora de hacerlos, sería lógico que pasara, pero no pasa. En mis libros tengo una actitud diferente a mis cuadros. Puedo ser hasta políticamente incorrecto. He ampliado algo el formato de los libros, pero no paso de ahí. A veces sí que tienen que ver con la obra; algunas ideas pictóricas. Pero últimamente confronto imágenes y meto textos: busco una poética del cortocircuito. Es un alter ego. Soy la misma persona pero no el mismo artista y esto no me produce ninguna esquizofrenia; conviven con toda tranquilidad. Los libros me han salvado de dispersarme en mi obra. Me permiten ser pintor. Es mi experiencia de cada día. Un cuaderno de bitácora. Es el trabajo de un ciudadano más que de un artista y ahí es donde está lo político y trasciende lo artístico.

I.—Ser político en la oscuridad es curioso, casi es una contradicción.

A.—Pienso que esa es la forma de que lo político sea saludable; esa privacidad. Por la mañana compro la prensa pensando en recortarla más que en leerla. Los libros son lo único de mi trabajo que salvaría en un momento
límite.

I.—Los cuadros los haces sabiendo que te desprenderás de ellos y los libros no. Los libros, como los “Cachorros”, también son objetos. Otra vez estamos con lo mismo. Seguro que tampoco los venderías.

A.—No. Los primeros libros que me impresionaron eran de Kiefer; una pieza que se llama Tigris y Eúfrates que estaba en Les Magiciens de la Terre en el Pompidou. Cuando vi que cada libro de plomo tenía una imagen trabajada, entendí el libro como arte.

I.—Así también es el diario de Frida Kahlo, más duro que sus cuadros.

A.—¿Sabes que los he ordenado y me gusta verlos crecer?

I.—Me he fijado como los tienes en el estudio, mientras que antes estaban dentro de una caja. Es la idea de coleccionar tu experiencia unida a la de poseerla, de no perderla.

A.—El otro día al ponerlos juntos, sentí el peso del tiempo. Había algo veraz, compacto. Y me gustó pensar que los había hecho yo. Me gusta porque son una obra sin estilo, que puedo ser de lo más sofisticado a lo más bestia. Puedo decir ¡qué pesado es Morandi ! No sé si al final acabaré haciendo sólo libros...

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