La mañana en el pueblo era bulliciosa, aunque el ritmo era más suave que el de la ciudad. Un baobab articulaba el trafico matinal bajo el cual se habían construido algunos bancos con troncos. Los niños jugaban al fútbol en una explanada polvorienta con dos porterías improvisadas y las mujeres con sus grandes fardos en la cabeza aparecían y desaparecían entre las casitas. Los hombres andaban sin ocupación aparente parándose a conversar en la calle. Bajo una enorme tapia pintada con un anagrama de Coca cola desconchado se instalaban los puestos precarios del mercado. Eran pequeñas construcciones de palos con un retal estampado a modo de techo y sobre el suelo una estera donde se instalaba la mercancía. En uno de los puestos una gran venus de ébano, recostada de lado, espantaba moscas con un trozo de cartón.
- Bonjour madame. Vouler vous des oeufs? Regarder, ils son très bons.
- ¿Qué dice?
- Que si quieres huevos frescos. Vamos a comprar algo y se lo llevamos a la cuñada de Monsieur Amadou, fueron muy amables anoche y deberíamos ser agradecidos.
- Es que vous avais du poulet a vendre? Preguntó Pablo en su francés funcional.
- Attender monsieur, j´appèlle.
La mujer metió la mano derecha entre sus enormes pechos y sacó un Nokia con el que hizo una consulta en una lengua incomprensible. Cuando confirmó que podía venderles un par de pollos les indicó que se dirigieran a la última casa de la calle donde les estaba esperando uno de sus hijos. En efecto, en la puerta de una construcción pintada de azul turquesa esperaba un chavalín de unos trece años con una enorme sonrisa. Sin decir ni una palabra les indicó que lo siguieran y pasaran al patio. La casa tenía un suelo de cemento oscuro recién regado, había pocos muebles. Directamente sobre el suelo un gran aparato de televisión emitía un partido de fútbol. ..Barcelona – Manchester, este partido fue hace dos años lo recuerdo perfectamente. Nunca dejarán de asombrarme estas cosas.. Lorena también miró instintivamente al televisor. En las paredes entre un póster de David Beckham y otro de Madonna colgaba un antiguo ventilador. Todo se conectaba a un transformador envuelto por un inquietante ovillo de cables que se perdían por el interior. El patio era grande con un suelo irregular como una rocalla llena de polvo. Toda suerte de animales domésticos convivían con una enorme antena parabólica anclada al suelo por una estrafalaria estructura metálica. En concreto un gallo se posaba sobre ella como si fuera un adorno. Alguna cabra, un burrito, dos perros, y una docena de gallinas y pollos pululaban alrededor o se protegían bajo su sombra. También una vieja motocicleta de la que no podía saberse si aún estaba en uso o abandonada, se apoyaba sobre el tronco de un arbusto. El niño que dominaba sobradamente aquel espacio tenía ya en el suelo dos pollos atados por las patas y listos para llevar. Pablo cogió la mercancía que dio un par de aletazos y preguntó al niño.
- Combient ?
- Deux cent s´il vous plais monsieur.
- Voila. Dijo Pablo dándole el dinero al chaval. ¿Vamos Lorena ? ¿Que haces?
Completamente paralizada, Lorena se encontraba en el fondo del patio agachada con la mirada fija en el interior de una caseta hecha de bidones de aceite industrial.
- Venga mujer que estos bichos se mueven como diablos y me van a destrozar las manos.
- Mira Pablo, por Dios ¿Qué es esto?
En el interior de la caseta, casi a oscuras, una niña adolescente sentada sobre una estera sostenía entre sus brazos un conejo blanco que comía de sus manos.
- ¿Qué tiene de extraordinario? Es una chica cuidando un conejo.
- Pero, mira su cara y sus manos.
Cuando Pablo fijó la mirada y su retina se acostumbró a la penumbra, percibió el estampado abigarrado de un sin fin de dibujos sobre la piel de aquella criatura. Al principio pensó que se debía a la luz, que al pasar por una superficie translúcida provocaba un efecto confuso sobre su cuerpo, pero asomando la cabeza al interior confirmó que la totalidad de su cuerpo estaba tatuado. Sólo sus ojos se libraban de aquel ornamento excesivo ya que incluso bajo los claros de su fina cabellera aparecían diversas y confusas inscripciones que se superponían sin ningún orden estético. Se cubría con una vieja camiseta verde demasiado grande para ella y contra la pared apoyaba un fusil de asalto AK 47. Pablo los conocía, los había visto en ciudades en manos de la policía militar o de algún guardia privado… ¿Qué le ha pasado a esta chica?¿Qué hace con ese arma oxidada?¿Por qué no aparta las moscas de su cara?… Ella seguía acariciando al conejo abstraída como si en aquella minúscula cueva estuviera el centro del universo, ya que no prestó atención a los intrusos que hacía rato la observaban desde la puerta.
- ¿Cómo te llamas? Sal, ven conmigo. No te voy a hacer daño, dijo Lorena apartando a Pablo de la puerta y tendiendo la mano hacia ella.
La muchacha levantó la mirada y la fijó con fuerza en Lorena, mostrando la tristeza de unos ojos profundos mientras peinaba con los dedos el lomo peludo del animalito.
- Dios mío. ¿Quién te ha hecho eso?
Lorena sin dar crédito a lo que estaba viendo, se volvió hacia el niño y le preguntó.
- ¿Es tu hermana?
El niño ofreció una espléndida sonrisa por toda respuesta.
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