Cuando entró en la habitación, Lorena aún dormía boca abajo dibujando una hermosa diagonal sobre la cama. Pablo descorrió las cortinas, abrió las ventanas y dejó entrar la atmósfera ruidosa de la ciudad.
- Venga, dúchate y baja a desayunar. Hay un montones de frutas de todo tipo. Pablo zarandeó una de sus nalgas. Su culo estaba tibio como un flan recién hecho.
- Huumm… huumm... ¿Qué hora es?
- Las ocho y cuarto. Yo ya he desayunado, nos esperan a las nueve.
- ¿A las nueve? ¿Quién? ¿Donde vamos?
- Salimos de la ciudad. Te va a gustar.
- ¿Qué pasó ayer tarde? No recuerdo nada.
- Estabas muy excitada y te di un somnífero. Has estado durmiendo toda la tarde y toda la noche.
- ¿Y tu que hiciste?
- Me di una vuelta, cené y me tomé una copa en el bar del hotel. Conocí un hombre que sale hoy para el interior, dice que no le importa llevarnos así no hace el viaje solo. Yo pensaba contratar un transporte pero se ofreció y pensé que nos podía contar cosas del país. Siempre es más interesante.
Lorena se había vuelto boca arriba y rodeaba las piernas de Pablo con las suyas atrayéndolo hacia la cama.
- Yo pensaba que este viaje era para estar solos. Dijo con un tono de falsa inocencia mientras daba un impulso definitivo al cuerpo de Pablo para que cayera.
La respiración de Pablo se hizo más intensa al notar los pechos punzantes de Lorena sobre su tórax. El enorme lazo que formaban las piernas alrededor de su cintura no le permitían mucha maniobra, y la gran melena negra desparramada sobre la cama tenía sobre él un efecto fulminante. Lorena se desperezó con fuerza poniendo en evidencia toda la exhuberancia de su cuerpo. Sabía que Pablo estaba indefenso cuando ella decidía abrirse como una rosa “…Todavía tengo ese extraño sabor en la garganta. Me gusta tanto sentir su peso sobre mí, aplastando mis pechos como si fuera a cortarme la respiración. Ahora recuerdo ese niño…Dios mío sus ojos…”
- Bésame…
- Tenemos que…. Lorena no le dejó acabar la frase atrayéndolo con toda su fuerza, fundiéndose con él en un beso largo y húmedo, mientras con una mano y la ayuda de sus pies descalzos conseguía quitarle los pantalones de lino.
- Dime que vamos a tener un hijo después de este viaje, dímelo. Estoy segura de que esta vez es posible, lo noto. Ven, vamos a intentarlo con todas nuestras fuerzas.
- Sabes que me gustaría, pero ya nos han dicho… Pablo la besaba con ansiedad, notaba el contacto de sus sexos desnudos así que se abandonó al delirio intentando cambiar de un golpe el curso de la vida…
- Discúlpenos. ¿Lleva mucho tiempo esperando? Mi mujer ha pasado una mala noche y ha tardado en levantarse. Ya está mucho mejor. Lorena … Monsieur Amadou.
- Bienvenida, espero que su estancia en mi país sea de su agrado.
- Gracias.
Monsieur Amadou era un hombre corpulento de unos cincuenta años. Bien vestido, al modo europeo, su tono era hondo y tranquilo como si la voz le saliera directamente del fondo del estómago. Hablaba un Español bastante correcto con un acento nasal, arrastrando notablemente la erre.
- Je vous en pris madame. Monsieur Amadou abrió una de las puertas traseras del Toyota 4x4 para que Lorena subiera. Era un vehículo de gama alta con asientos forrados en cuero beige y cristales ahumados.
- Merçi. Es usted muy amable.
Pablo entretanto había colocado el equipaje en el maletero y se dispuso a subir al asiento del copiloto.
El sol ya estaba alto en el cielo y el aire que entraba por las ventanillas empezaba a ser sofocante. La ciudad seguía en un continuo trasiego de objetos sobre los más diversos ingenios cuando no directamente sobre la cabeza de las mujeres que en un equilibrio imposible hacían toda suerte de movimientos sin que por ello corriera riesgo de caerse la carga.
- …Entonces llegaron ayer en el vuelo de las once. Ya han visto que nuestro clima es muy diferente al suyo.
- Bueno, yo había venido antes, pero para ella es la primera vez. Espero que pronto se acostumbre. ¿Verdad Lorena ?
- Si, eso espero. ¿Le importaría conectar el aire acondicionado?
- Excusé moi, debí haberlo conectado antes. Yo lo uso poco, pero para ustedes es normal. Monsieur Amadou cerró las ventanillas y conectó un potente sistema de refrigeración que hizo efecto en pocos minutos.
- Cuando era pequeño hacía este trayecto andando con mi padre, tardábamos cuatro días en llegar a la ciudad, pasábamos las noches a orillas de esta carretera que entonces era un camino. Siempre había alguien más que iba o venía y dormíamos alrededor del fuego oyendo las historias que contaban los mayores. Era un viaje largo y fatigoso pero lleno de misterio para un niño. Los cuentos y los cantos iluminados por la hoguera mientras miraba al cielo repleto de estrellas. El miedo a los animales que merodeaban por la maleza y que mi padre intentaba apaciguar enseñándonos a distinguir cada sonido… Ahora lo recuerdo con mucha emoción.
- Debía ser muy distinto. Parece que la vida ha cambiado mucho desde entonces.
- África ha cambiado mucho. La independencia trajo una gran euforia, soñábamos con ser respetados en el resto del mundo, pero fue un espejismo pasajero. Volvieron las guerras, la corrupción se instaló de manos de los militares y los traficantes internacionales. Algunos trabajaban para los propios gobiernos ex coloniales y nos convertimos en un surtidor de materia prima sin que importara mucho la suerte que corrían las personas. África se llenó de vehículos usados y camisetas de propaganda pero la infraestructura nunca llegó. Yo tuve suerte, entonces trabajaba como oficinista para una empresa de exportación francesa y pude irme a la sede central que estaba en Lyon.
- Habla usted muy bien español. ¿Dónde lo aprendió?
- Bueno, pasé seis años en Barcelona destinado por la misma compañía, teníamos una oficina en el puerto. Tengo un buen recuerdo de España. Entonces apenas había negros y siempre me sentía observado cuando paseaba por las Ramblas o iba a aquella sala de baile, ¿como se llamaba?… El Molino. Las mujeres no se atrevían a bailar conmigo, yo creo que les daba miedo. Al final tuve un pequeño romance con una de las chicas del puerto. Amparo se llamaba… Luego volví.
- No quiero ser indiscreto pero no parece irle mal ahora.
- Con lo que había aprendido en Europa monté mi propia empresa, viajo mucho y procuro formar a alguna gente para que no tengan que emigrar, el problema es que se van los más preparados, como hice yo. Así que pensé que era mejor aprovechar mis conocimientos para construir algo en mi país y he creado una organización para el desarrollo que financio personalmente junto a otros empresarios africanos. Con el tiempo he aprendido que no se puede esperar que el mundo vaya a salvar el continente, África solo será lo que los africanos puedan conseguir. Por eso creo que no nos ayuda esa idea lastimosa que tienen de nosotros. ¿Imaginan que pensaríamos de ustedes si lo que nos llegara de Europa fuera la imagen de los niños en los barrios pobres de sus grandes ciudades? Aquí también reímos y tenemos esperanza en el futuro. Este es un continente cargado de posibilidades. Mire ¿No es realmente hermoso?
El paisaje había cambiado sensiblemente. Hacía tiempo que la carretera se deslizaba por la sabana bajo un cielo azul intenso. De vez en cuando, bordeando la carretera, un grupo de personas se protegían bajo alguna sombra o andaban con grandes paraguas. En el horizonte, una monumental cordillera de nubes grises y blancas enmarcaban las jacarandas que parecían correr como enormes jirafas. Pablo se volvió para ver a Lorena.
- ¿Cómo estas?
- Ahora muy bien, este paisaje es realmente sedante. Por cierto ¿Dónde vamos exactamente?
- Ya le dije anoche a su marido. Les llevo hasta Nmopte, es mi pueblo donde vive mi familia, llegaremos al caer el sol. Pueden quedarse el tiempo que quieran, desde allí les consigo un coche con chofer si es que quieren viajar al norte.
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