La luz del alba plateaba el lomo del río. Sobre la colina los dos hombres aparecieron con el haz de luz de sus linternas.
- Si no está aquí ya no se me ocurre dónde puede estar, dijo Monsieur Amadou.
- Desde luego los disparos eran cercanos, no sé si han tenido que ver con ella.
-  No se alarme, por aquí hay muchas armas y bien pudo ser un cazador el  que disparó, además quién iba a querer hacer daño a Madame Lorena.  Seguramente se fue a dar un paseo y se perdió, no es la primera vez que  ocurre.
- No sé, pero está claro que algo pasa…
- Aguarde un momento Monsieur Pablo. ¿No escucha algo?
- Bueno, aún sigue la fiesta en el pueblo.
- No. No es eso. Allí en aquel meandro, ¿No lo ve? Mire.
Pablo vio a lo lejos una hoguera y dos figuras en el clarear del día.
- Ya lo veo, ¿Usted cree que es Lorena? ¿ Pero con quien está?
- No lo sé, pero creo que allí está su esposa.
Pablo  inició una estrafalaria carrera colina abajo, tropezando con las raíces  que se encontraban bajo sus pies y cuando llegó ante ellas se quedó  quieto, intentando descifrar la secuencia de los acontecimientos.   Lorena estaba sentada sobre sus talones, mirando hacia el río. Con la  mano izquierda sujetaba su brazo derecho que estaba envuelto en un trozo  de tela. Parecía herida. Olombé detrás de ella la estaba peinando  mientras murmuraba una canción. Las dos estaban mojadas. Pablo se acercó  despacio.
- Que ha pasado Lorena. ¿Estás bien?
- Si. Pablo estoy muy bien… Olombé me ha salvado la vida esta noche.
La  luz del día ya había conquistado la mañana. Pablo miró a la chica de  arriba abajo y pudo apreciar que efectivamente su piel era un completo  garabato. La improvisada venda del brazo de Lorena estaba empapada de  sangre.
- Estas sangrando, vamos a ver un médico.
- No te preocupes, Olombé me hizo un ungüento con hojas cicatrizantes y ya se cortó la hemorragia.
Monsieur Amadou que observaba a cierta distancia apagó su linterna.
- Cuéntame que ha sucedido, oímos unos disparos y temimos que…
-  Me encontré a Olombé entre los árboles y luego vinimos al río. Bueno,  la idea fue mía. Quería bañarme con ella, lavarla, borrar esas marcas de  su cuerpo, pero al llegar aquí ella se negó a meterse en el agua.  Entonces me zambullí y al momento salieron de la oscuridad de la orilla  dos grandes cocodrilos. Uno de ellos me alcanzó de un zarpazo y cuando  ya iba a devorarme, Olombé disparó y mató a los animales. Yo estaba  medio inconsciente pero ella me sacó del agua, curó mi herida, encendió  fuego y eso es todo.
- Gracias Olombé dijo Pablo a la chica. Vamos Lorena tienes que descansar.
- Pablo tienes que saber algo… No quiero separarme de ella. Olombé me necesita y yo también a ella.
- Pero ¿Qué estás diciendo? Tenemos que volver.
- No voy a volver. Antes prométeme que no vas a intentar llevarme a Europa.
-  Pero mujer ¿Qué vas a hacer tu aquí ? Esta vida no te pertenece. ¿Dónde  vas comprar Chanel? Dijo Pablo, entre la provocación y la amarga  ironía.
- Qué le den por culo a Chanel. Dime que no vas a intentar que vuelva. Quiero a esta chica y estoy segura de que ella me quiere.
- Lorena estas completamente loca. No montes números melodramáticos.
- Creo que su mujer habla en serio. Monsieur Amadou intervino pausadamente.
- No se, quizá el que se está volviendo loco soy yo. ¿Quieres que la llevemos con nosotros?
- Sería una tragedia para ella. Creo que estaremos mejor aquí.
El  día se había levantado revuelto. Varios perros desafiaban los remolinos  de polvo en busca de algunos huesos. El Toyota de Monsieur Amadou  ronroneaba en la puerta de la casa. Pablo sacó su bolsa de viaje y la  cargó en el maletero mientras Monsieur Amadou se despedía de Mahiya,  Lorena y Olombé. 
- Tenga Monsieur Amadou. Dijo Lorena dándole el Kalasnikov. Entréguelo en la ciudad, Olombé ya no lo necesita.
Pablo dio las gracias a Mahiya y besó a Olombé, después miró a Lorena fijamente cogiéndola por la nuca:
- Espero que sepas lo que estas haciendo. Llámame si te arrepientes y vengo inmediatamente a por ti.
- No voy a arrepentirme. Tu puedes venir cuando quieras, aquí tienes tu familia.
Pablo la besó en la boca con extrema delicadeza y subió al coche mirando al suelo.
-  Vámonos cuanto antes. Aún se atrevió a mirarla por última vez. Las tres  mujeres estaban abrazadas. El coche inició la marcha despacio  perseguido por una docena de niños.
- ¡De todas formas tendrás que  volver pronto! Gritó Lorena. Él la miró sin comprender qué significaba  esa última frase y levantó los hombros. El coche cogía velocidad y una  nube de polvo corría detrás. Lorena sentía que el vértigo se apoderaba  de ella, aquel vehículo en el horizonte se llevaba una vida y daba paso a  otra imprevisible. Ahora debía cuidar a Olombé y preparase para una  nueva aventura: estaba embarazada.
FIN
Murcia, julio de 2007
 
 
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