La gran hoguera iluminaba toda la calle y la tierra roja del suelo vibraba con su reflejo pero ya no guardaba el calor del día. Desde el atardecer parvadas de críos corrían por la calle anunciando al pueblo el bullicio de la noche. Poco a poco iban llegando vecinos con presentes para los padres de Monsieur Amadou que estaban sentados a la puerta de la casa en dos grandes butacas de madera labrada. Parecían realmente antiguas, como reliquias familiares. Monsieur Amadou presentó a Pablo y a Lorena a sus padres en un lenguaje autóctono.
- Mis padres apenas hablan francés, este pueblo no fue muy importante durante la colonización así es que los que se quedaron en él no tuvieron necesidad de aprender el idioma oficial, pero si les habla despacio les comprende perfectamente.
- Merçi, nous sommes enchanter d´être inviter a votre fête, dijo Pablo vocalizando. El padre de Monsieur Amadou sonrió y sin corregir la mirada tocó el hombro de Pablo. Lorena inclinó la cabeza por instinto, sin prestar mucha atención a lo que se estaba hablando.
- No puede verles. Perdió la vista hace unos años pero se alegra de que estén aquí, ya le había hablado de ustedes.
La madre también sonrió. Cogió con sus manos las de Lorena y atrayéndola hacia ella la besó en la frente, después hizo un gesto de invitación para que se unieran a la celebración. El fuego había tomado unas dimensiones inquietantes pero nadie parecía preocupado, al contrario, todo el que llegaba aportaba alguna rama o tronco. Los niños gritaban a su alrededor y un grupo de jóvenes iniciaron un endiablado ritmo de bongos y xilófonos de madera. La gente reía sin discreción y jaleaban a los músicos acompañando el compás con sus palmas. Los adolescentes se perseguían como golondrinas buscando la penumbra de la parte trasera de las casas. La mayoría, en corro alrededor del fuego, se movía a ritmo alzando cánticos polifónicos de una belleza ancestral. Pablo se sintió afortunado de estar allí, la situación le transmitía un extraño poder. Lorena se acercó a su oído.
- Necesito hacer pipi, vuelvo enseguida.
- Vale, pero ten cuidado donde pisas que está muy oscuro. ¿Estás bien?
- Si, no te preocupes.
Lorena se encaminó hacia un grupo de árboles que había tras las casas y notó el aire correr entre la hierba. Cuando se cercioró de que estaba lo suficientemente lejos para que no la vieran, remangó su amplia falda hasta la cintura, se deshizo de sus bragas y se agachó en dirección a la fiesta. La vista desde allí era hermosa. La luz del fuego movía a ritmo todas las figuras en una danza irreal, y la música avanzaba por la llanura transportada por ráfagas de aire “…Es curioso, pero ahora me encuentro muy bien, esos sonidos son tan contagiosos… Recuerdo como me gustaba de niña orinar en el campo, sobre todo de noche, el miedo a que hubiera alguien cerca me conmovía y me excitaba. Mi madre no lo soportaba, ¡Eso lo hacen los perros! Decía, pero yo me sentía tan libre…” Lorena miró hacia el cielo, contempló su bóveda radiante y pensó que podría quedarse así eternamente. Cerró los ojos para prolongar la vida. De repente oyó un fuerte ajetreo que desde la copa del árbol se le venía encima, y sin tiempo a reaccionar un cuerpo a contraluz se planto en cuclillas ante ella. Aunque la caída fue suave como la de un gato Lorena quedó petrificada. Palpó por primera vez la voz del silencio de la noche y cómo el aire enfriaba su sexo hasta congelarlo. Sintió un miedo real, inevitable, tangible como una certeza. El tiempo quedó suspendido y ninguna de las dos figuras se levantaba. Lorena pensó por un momento que iba a despertar con ganas de ir al baño o muerta de sed, pero no estaba soñando. Se preparó entonces para ser degollada, pero no sucedió. Toda la sangre subió hasta sus sienes y como en una lucha de gatos, esperó atenta el ataque de aquella criatura. Sin embargo, abriéndose paso entre la oscuridad una mano pequeña llegó hasta su cara y empezó a tocarle el pelo, los ojos, el cuello, la boca… Lorena estaba perpleja, aquellas caricias eran dulces como la brisa y auque la palma de esa mano era áspera, se movía con una delicadeza que la estremeció. Aún no había salido del asombro de la situación cuando otra mano se posó sobre su hombro deslizándose por el brazo como una serpiente “… Dios mío, este cuerpo agachado, el movimiento de sus manos, no puede ser… esa forma que sobresale sobre la cabeza, …Su Kalasnikov…”
- ¡ Olombé !
Lorena se acercó a la muchacha y empezó a recorrer con sus dedos los burdos signos que poblaban su cara. Los ojos de Olombé brillaron en la oscuridad y notó como las lágrimas humedecían su mano. Entonces, cayendo de rodillas atrajo a la muchacha contra ella. El metal frío del arma cruzaba su espalda. Lorena, con más ternura que aprensión, se la quitó despacio como si estuviera desnudándola y sintió el peso mecánico de la muerte. Olombé no opuso ninguna resistencia, acariciaba la abundante melena de Lorena mientras escondía la cara tatuada contra su pecho tibio. La luz era débil, pero Lorena empezó a recorrer su cuerpo con la mirada intentando descifrar alguna lógica en la disposición de los tatuajes, algo en una mano, en la espalda o en el pecho que diera alguna razón de ser a esa piel definitiva “… Nada, Monsieur Amadou llevaba razón: sólo crueldad, sádico divertimento. Ni un rasgo de ensimismamiento por parte del autor. Pobre criatura… Sin embargo, cuando la oscuridad oculta su textura, es tan bella tan delicada…” Así estuvieron un rato, descubriéndose.
- ¡Vamos, ven conmigo corre! Lorena cogió de la mano a la muchacha y la levantó
- Madame, madame…Dijo Olombé cogiendo su Kalasnikov para seguir a Lorena.
Pablo miró de nuevo el reloj “…Hace más de media hora que se fue y aún no ha vuelto…”
- Monsieur Amadou, Lorena no aparece y estoy preocupado. ¿Podría ayudarme a encontrarla por favor? Se fue en aquella dirección.
- Si desde luego, no me he percatado de que no estaba. Vamos para allá.
Monsieur Amadou entró en la casa de sus padres y salió con un par de linternas.
- Tenga, coja una.
Apenas habían abandonado el grupo cuando en lo hondo de la noche sonó un tableteo de ametralladora que paralizó el festejo.
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