SESIÓN 19.10.1999
I.—Vivimos en un momento en el que le individualismo más atroz cabalga con la necesidad colectiva de crear grupos, de construir diferencias a través de las que uno se puede identificar.
A.—Creo que los grupos se forman como estrategia de autoprotección. Se dice: los artistas españoles son “cojonudos” porque tenemos a Velázquez cuando el mérito fue solo suyo, los demás no hemos hecho nada; Velázquez no me pertenece más que a un holandés. Esto es una falta de madurez por lo que pongo en duda toda esa empatía. Puedo tener coincidencias contigo pero no por ello tengo que formar un grupo. Esto me parece malsano, es una patología. Creo que la catarsis colectiva antes era ritual, ahora es terapéutica.
I.—Las colas de las exposiciones de arte también tienen que ver con esa pertenencia al grupo. Es el debo ver la exposición de Caravaggio o leer el último libro de Umberto Eco. No te puedes quedar fuera.
A.—A lo que llamamos pasión en Occidente deberíamos llamarle deseo porque corresponde a unas pautas de conducta que dicta el mercado. Ya no sólo es “tengo una vida confortable”, sino “debo ir a una exposición”. Ya no es “me interesa”, sino “debo”. Hay un miedo tremendo a perder los vínculos con el grupo en un momento en el que nos comunicamos entre nosotros menos que nunca.
I.—Precisamente por eso surge. Es la necesidad de identificación. De ahí el fervor del fútbol y la identificación de un equipo con una ciudad.
A.—En los países subdesarrollados la gente se comunica mucho. En el Caribe es impensable una cola en la que nadie se hable.
I.—Sin embargo creo que todo el mundo lo desea porque la gente se habla en situaciones límite, cuando tienen que ponerse de acuerdo en la calle por un tirón y cosas así. Al acabar la situación la gente parece contenta.
A.—Porque tienen la sensación de que tendría que ocurrir esto todos los días. En el arte esto se refleja. Las artistas tenemos un problema de comunicación entre nosotros. Quizá porque hay que generar un personaje lo suficientemente interesante para justificar la obra.
I.—Esto resulta muy evidente en la plaga de nuevos escritores actuales. Queda claro que se calzan un personaje cada vez que salen en la televisión.
A.—Se da además la incapacidad para reconocer la valía de otros autores. Sólo se habla bien de los amigos o de los muertos. Piensa en las Vanguardias: los artistas trabajaban juntos.
I.—¿Cómo se trabaja hoy desde la periferia?
A.—La información no es un problema. Pero en España las cosas suceden en los centros. Se necesita ver a la gente todos los días para acordarnos que tienen un trabajo.
I.—¿Ha cambiado mucho Murcia desde que tú empezaste?
A.—Sigue estando fuera de cualquier circuito. Vivimos en un lugar muy cómodo donde el artista no tiene que hacer grandes movimientos para sobrevivir.
I.—¿Por el mercado?
A.—No, porque se necesita poco para vivir.
I.—Pero el mercado debe estar sano cuando hay tantas galerías y de diferentes líneas.
A.—El mercado no está mal porque Murcia es virgen. Hay cosas que aún no han entrado. El coleccionista por ejemplo no existe. Hay que hacer un trabajo solitario para salir fuera.
I.—El acto de ver una obra tiene algo de narcisismo, como de auto-reconocimiento. Recuerdo una frase de Antoni Marí que decía que se es artista cuando se sabe ver una obra de arte. ¿Hasta qué punto piensas en el espectador?
A.—Procuro no hacerlo mientras trabajo. Una vez acabado sí me interesa lo que pasa.
I.—No buscas la sintonía pero te gusta cuando la encuentras.
A.—Lo que me gustaría es saber qué piensa la gente delante de mis cuadros. Lo digo porque yo he tenido ideas peregrinas delante de cuadros que me han servido como detonante del pensamiento.
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