El vuelo era largo. Lorena no podía evitarlo, tenía un miedo atroz a volar. Así que al subir al avión y ocupar su asiento tomó un par de somníferos y pronto entró en un sueño profundo “… Parece que el avión roza su larga panza sobre este manto de nubes blancas alumbradas por la luna llena que me mira y me pregunta porqué hago este viaje. No debí comprometerme, pero no me podía negar… últimamente estoy cansado. Además no me siento seguro con ella en ciertos sitios, es tan imprevisible que no sé, quizá hubiera tenido que ir a Praga o a París… Voy a taparla con la manta. Empieza a bajar la temperatura, no vaya a constiparse …”
Pablo alivió sus pensamientos apoyando la mejilla sobre el cristal helado de la ventanilla, como un pequeño sacrificio infantil que lo ponía a prueba sobre cuanto frío podía soportar sin retirar la cara. Una banalidad, pensó sonriendo.
Tras la cena y la estúpida comedia de los monitores, el enorme interior del Boeing 747 quedó a oscuras y salvo la tibia luz de algún lector insomne se hizo un silencio parecido al dormitorio de un cuartel militar. Las respiraciones alrededor eran cada vez mas espesas formando un coro sordo y pesado. Pablo pensó que le iba a costar dormirse así que conectó sus auriculares. Ben Webster lanzó “In a sentimental mood” con una parsimonia inquietante “…Estos viajes nocturnos deberían durar toda una vida, repostar en vuelo y viajar eternamente escuchando el lamento de un saxo tenor. Es impresionante pensar que uno pueda ir cómodamente sentado a once mil metros de altura y a novecientos kilómetros por hora escuchando lo que un melancólico negro tocó en un club del Village hace más de cuarenta años …” Lorena dio de pronto un giro de ciento ochenta grados a su cuerpo de gacela y su cabeza vino a empotrarse sobre el pecho de Pablo. Su blusa escotada dejaba aflorar la profunda respiración de sus pechos y un soplido caliente hizo un claro en la espectacular melena que le cubría la cara. Ese era el problema de Lorena, la sensación permanente de que la veías por primera vez, lo que te hacía olvidar que era una mujer vulnerable y tremendamente caprichosa. A pesar de eso tenía un atractivo venenoso y por momentos te embargaba el mismo impulso que se siente ante una desconocida. Pablo pasó la mano derecha por debajo de la mantita que cubrían sus piernas y comenzó a indagar entre ellas mientras notaba un pulso ascendente golpeándole las sienes… Lorena balbuceó algunas palabras indescifrables que súbitamente aniquilaron un deseo de lo más inoportuno. El último pensamiento nítido y excéntrico que tuvo antes de dormirse fue para la bíblica soledad de Jonás en el vientre de la ballena. Pobre hombre, susurró mientras Chet Baker lo arrastraba al fondo de la noche….
…. Tee, Coffee..? Tee, Coffee ..? La voz de falsete de la azafata lo sacó de un sueño que se esfumó en el mismo instante en que abrió los ojos. Lorena dormía sobre sus piernas y gruñó cuando él le tocó la cabeza para que se incorporara. Por alguna de las ventanillas de estribor entraba un fuerte golpe de luz caliente que iluminaba los primeros pasajeros despeinados que andaban como zombis por los pasillos en busca del baño. Pablo miró al fondo y divisó la luz roja que indicaba que estaba ocupado y por el trajín que se iniciaba iba a estarlo durante un buen rato.
- Tee, Coffee..?
- Café, gracias... two ! dijo levantando la mano con el signo de victoria.
Lorena se incorporó al olor del café y con un movimiento magistral recogió su pelo en un moño impecable que dejaron al descubierto sus labios y sus ojos hinchados. Los monitores indicaban la proximidad a destino con un pequeño mapa y una serie de valores sobre distancias, altura, velocidad y temperatura exterior.
- Estamos llegando, dijo Pablo. ¿Quieres algo de comer?
- No tengo hambre, estoy nerviosa pero soy feliz, contestó Lorena. Ya estoy deseando pisar África!
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