miércoles, 1 de septiembre de 2010

Black diamond (Terry W. O'Connor)

Sin pisar África, las vanguardias históricas vieron inmediatamente el potencial expresivo de las máscaras rituales y figurillas ancestrales de África. Ángel Haro, en una visita breve, ha sobrepasado estas imágenes y ha percibido tres aspectos importantes de África. En primer lugar, los rayos de luz que penetran las grietas de los tonos deprimentes con que suele presentarse el Continente Oscuro. También ha percibido las fuerzas vitales del país, e igualmente, ha despertado en este sudafricano la confirmación de que, en África, lo extraordinario es común.

1. En la serie “Black Diamond”, estos rayos de luz salpican el mar vibrante de las diversas morfologías que Ángel ha modelado inversamente en esas máscaras. Los rayos dignifican una choza de Alexandra; otorgan una clarividencia a las miradas desde dentro de su propio palacio hacia fuera, un palacio construido con más orgullo que materiales. Estos rayos también distinguen lo superficial de lo esencial en el hospital de Alexandra, y rompen el tópico europeo de que las ciudades sudafricanas por la noche son fantasmales. El Diamante Negro siempre busca, atrapa y reparte la luz. La metáfora de su transformación desde el carbón aparece en la serie “Notas” acompañada por Nelson Mandela, emblema de la transformación de la propia Sudáfrica. Las “Damas de Diamantes” yuxtapuestas y “African Art Museum” nos preguntan sobre el valor de la superposición del orden y el simbolismo occidental en África. El “Waterfront” de Ciudad del Cabo también interroga la fuerza occidental del hedonismo, y su valor en un África de necesidades tan urgentes.

2. En las fuerzas vitales de África se pueden encontrar los elementos occidentales y orientales que desde milenios han formado forzosamente el Cabo de las Tormentas y desde hace 350 años la cultura del Cabo. La influencia en declive del Imperio Español y Católico del siglo XVII había permitido a Ámsterdam fundar el actual Nueva York, y justo diez años después, otros protestantes de los Países Bajos, habían fundado exitosamente un pueblo en el Cabo de Buena Esperanza y habían introducido esclavos de Batavia. Este ritmo de vida fue interrumpido por los ingleses, quienes utilizaron la terminación de la esclavitud como una excusa para ensanchar su propio imperio en el siglo XIX. Como resultado de su emigración desde el Cabo, los Boers colisionaron con la expansión de los zulúes al igual que ocurriría con los ingleses 40 años después. Estas obras reflejan las fuerzas de los legendarios zulúes de Isandlwana, de Hector Pieterson de Soweto casi cien años después, y de otros guerreros desconocidos que erosionaron el colonialismo. Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, las dos fuerzas coloniales se enfrentaron, y después de dos guerras llegaron a un tratado. La fuerza de la democracia devolvió el poder a los Boers 40 años después, y a la misma vez las fuerzas incontenibles de los “Vientos del Cambio” de Harold McMillan empezaron su viaje de 40 años en dirección sur desde Ghana. Ambas fuerzas, desde el sur y hacia al sur, llevaban con ellas la historia triste del oprimido que se convierte en opresor. En Sudáfrica tomó la forma de 40 años de apartheid y todavía hoy en día la trayectoria de “Vuelo África” de Ángel cruza muchos países en los cuales la historia política se caracteriza por la boca apretada de la máscara africana, con el resultado de mucha gente desencantada que huye de sus propios liberadores; a menudo siguiendo irónicamente las huellas de los exiliados opresores europeos.

3. En África lo extraordinario se convierte en común. Me reconozco en la expectación directa de Ángel, a veces sin aliento por la emoción, cuando el cazador se implanta dentro mis ojos y a la vez soy la presa. Sin embargo, a pie o en coche, en compañía o solo, siempre he encontrado el silencio elocuente y la soledad del “Kruger” y otros parques naturales como una experiencia pasmosa, con o sin la recompensa de ver uno de los “Cinco Grandes”. En este contexto de los animales en su hábitat natural, surge en mí la memoria de buscar el árbol más cercano al que trepar mientras que nos miramos fijamente, en admiración mutua, un rinoceronte y yo. Por eso experimento un sentimiento muy semejante al del potro salvaje de Ángel “mirándonos perplejo antes de echar a correr”. Otro puente para mí entre lo común y lo extraordinario es ”Índico Nocturno”, concebido en La Bahía de Maputo. Evoca la rojez de las tribulaciones de Louis Trichardt, de las ambiciones ardientes de Cecil Rhodes, de Lourenço Marques (actual Maputo) como la zona de tolerancia moral durante el apartheid, de su devaneo con un comunismo actualmente desacreditado en África, y de una sangrienta guerra civil. Hoy en día la rojez representa la madurez expansiva de un ininterrumpido repunte económico, y de la vibrante ciudad, iluminada y progresista en una bahía que cuenta historias de galeones y estelas de barcos modernos cruzándola.

Estos comentarios no son de un crítico de arte sino de alguien que lleva a África en la sangre. El espacio, el traslapo de lo extraordinario sobre lo común, y la mezcla vibrante de culturas y personalidades que constituyen África son experiencias que enriquecen. Ángel ha podido experimentar esas fuerzas y expresarlas, no sólo visualmente, sino como él mismo dice “de manera poética” en los comentarios que acompañan las obras. Después de cuarenta años trabajando y viviendo en Sudáfrica y en siete países de África central y meridional, creo que este continente tiene tantas caras como el diamante y que las primeras experiencias como las de Ángel, aumentan con cada experiencia cultural, y que todas estimulan la percepción de lo extraordinario en el visitante. En estas obras, por lo tanto, aprecio las perspectivas y las perspicacias artísticas que trazan las fuerzas vitales que se conectan con lo intangible y lo visible, las naturales y artificiales, las actuales y pasadas, y las representan con una profundidad que nos demanda concentración y reflexión.



Para la exposición "Black diamond" Julio de 2006

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