lunes, 6 de septiembre de 2010

La ciudad como museo (José Forjaz)

La integración de las artes no es un descubrimiento o una nueva forma de producción artística, erudita o creativa

Las metopas en el frontón del Partenón, las paredes de ladrillo esmaltado de Caldea, la vibración parietal de los relieves egipcios o la narración ilustrativa de los capiteles de Vézelay , así como el tratamiento de los muros del Taj Mahal o la estereotomía Inca de Cuzco o del Machu Pichu trascienden el ámbito espacial de la arquitectura para mostrarse como una capa estética, como una piel que caracteriza la presencia arquitectónica.

La idea de que el hecho arquitectónico podía ser una excusa o el soporte de una dimensión expresiva, más retórica que literaria, más comercial que pictórica, más popular que erudita, y por lo tanto más cierta en términos de mediocridad estética generalizada, se dejó atrás en el torbellino de búsquedas infructuosas de los últimos 20 o 30 años de prostitución estética que caracterizan el ejercicio pueril de heroicidad irresponsable e irrelevante de la arquitectura contemporánea.

De hecho es curioso que tan pocas tentativas hayan arriesgado más allá de solucionar una textura animada e ilustrativa de las superficies, que las nuevas tecnologías permiten, facilitan, y sugieren. Estas son todavía, y sobre todo, arquitectura, y por eso mismo, implícitamente integradas e integradoras de una expresión tectónica, espacial y constructiva.

La contribución expresiva bi y tridimensional que el pintor o el escultor puede aportar al hecho espacial de ámbito arquitectónico, requiere del arquitecto una comprensión, una modestia y una visión más allá de su misión formal, que sólo es posible a través de una perfecta empatía y sintonía de los objetivos, en que el valor final del producto estético se imponga a la autopromoción de un autor singular. De ahí, seguramente la rareza de los ejemplos.

En el caso en cuestión y analizando lo que Ángel Haro ha afrontado como pintor, es la dimensión urbana del edificio como soporte pictórico, que de hecho asume en las tres fachadas, una continuidad volumétrica plana sujeta a la dinámica del movimiento del espectador y al desplazamiento espacial necesario para una plena lectura y disfrute de la pieza artística.

En una reflexión simplista e inmediata, este momento y esta situación son peligrosamente paralelas a las vallas publicitarias de Coca Cola o al pollo frito del Coronel Saunders, con quien tienen que competir, recuperar la dignidad y la escala del arte urbano en un universo visual contaminado por la arrogancia grosera y la falta de civismo de la sociedad de consumo. Este fue sin duda uno de los retos más difíciles que Ángel Haro ha tenido y ha sabido resolver.

Sin destruir ni desmaterializar el volumen arquitectónico, Ángel consigue una dimensión de densidad cromática y de ambigüedad pictórica que integra, aleatoriamente, el reflejo del cielo y la presencia de nubes en una geometría articulada poderosamente con total control de su dimensión tecnológica y de su escala urbana. En este sentido la obra sobrepasa al fresco o al mosaico, parece sólo posible en nuestra era tecnológica y estética y es precisamente su contemporaneidad la que le otorga un mérito mayor.

Esta es una pieza de perfecta fusión entre la espacialidad de la arquitectura y la bidimensionalidad de la pintura, cada una razón de ser de la otra, imposibles de existir por sí mismas, mutuamente enriquecedoras y necesariamente complementarias.

Las imágenes y la emoción del autor al transmitirme la intención y la solución, me lleva a poder valorar esta pieza de arte urbano como perfectamente lograda y realmente innovadora, maduramente trabajada con plena conciencia de la responsabilidad cívica que su escala implica.

Es por tanto, el resultado de un acto de coraje, no ajeno al espíritu del lugar y a la ética de la práctica artística española.




Maputo 20 de Junio de 2010

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