El artista Ángel Haro ha diseñado el gran cristal de un edifico en altura importante para el paramento de su gran fachada. Ya es la pieza arquitectónica, y su superficie un emblema de esta ciudad de Murcia, sin criterio artístico en tantas ocasiones. El pintor ha construido un magnífico puzzle de vidrio a diferentes texturas, según su serigrafiado, que compone, en su totalidad, una figura plástica espléndida; visible y reconocible de su mano; de la fragua de sus sentimientos; del fuego que sabe provocar cuando se engrandece ante un proyecto que como el presente, es pura sugerencia y posibilidad.
El edificio ha cobrado trascendencia, volumen magnífico, personalidad propia. Aquella maqueta que ví en su estudio hace algún tiempo a tamaño acomodado a una visión próxima, se ha tornado gigantesca mole, superficie intocable que reverbera las luces del día y de la noche. Todas las expectativas que el artista supo abrir con denuedo en los años ilusionados de los 80, las va cumpliendo con rigor disciplinado. Ángel Haro es de los pocos que no ha defraudado nuestra apuesta por su talento; por su búsqueda a veces con resultados ciegos realzados en sí mismos por su capacidad de investigación.
En esta ocasión ha actuado ante el reto como un científico al tiempo que como un artesano del oficio más duro capaz de modelar la invención; enfrentándose a un nuevo descubrimiento utilizando una salida por la que ha huido de todo el conocimiento adquirido hasta el “gran cristal”. Ha actuado, además, con gran ambición creadora, convirtiéndola en la tentación de dejar libre todo lo experimentado hasta la fecha.
El artista, ya madurado, ha abordado su propio infinito y ha comprendido que el pensamiento mudo no es siempre un callejón sin salida; la inspiración basada en sus propios orígenes de hierro y llama, se mueven sin que nos tenga que hablar siquiera de ellos. Para abordar la pieza maestra ha reflexionado sobre la razón de su objetivo. Su trazo es continuo y rugoso sobre la gran superficie vertical, como si se tratara de un infierno en viaje perpetuo. Sus puntos de referencias son desconocidos para nuestra mirada porque le pertenecen sólo a él, porque le son propios a su temperamento y voluntad plástica.
Esta flecha lanzada hacia el cielo va a atravesar la pluralidad del mundo arquitectónico con el que se ha fundido en un mestizaje tan propio de su espíritu y que conozco bien, con detalle.
Ángel Haro ha tenido aquí la gran oportunidad, y la ha aprovechado, de extender sus poderes, con su ley propia para romper la monotonía que le circunda de un concepto, por lo general, tedioso y aburrido. Si el infinito siempre asustó al espíritu es porque éste lo ha reducido a una escala humana, a un número limitado; la propuesta del autor es, precisamente, todo lo contrario.
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