lunes, 31 de enero de 2011

Deseo de ser piel roja. (para Miguel Fructuoso)


El aullido de un lobo joven rompe la paz pactada de la noche. Hace tiempo que la manada cambió el viento de la montaña por unas pequeñas chozas cercadas con abrevaderos de pienso. A cambio la persecución se detuvo.

Tras la alambrada, una danza de muertos borrachos aterra la comarca con el crepitar de sus huesos. En el fondo de sus camas, las muchachas alzan sus pechos entre sueños y bailan para seducirlos. Las mas valientes salen descalzas por las ventanas.

Desde la copa del viejo pino quemado hasta la gran Jacaranda del río, un hilo de acero rojo guía los pasos de un dibujante sobre la ciudad. Sus gestos son tensos como el miedo y en cada hoja del cuaderno hay una urgencia de líneas que presagian su caída. 

Al amanecer, un rastro de imágenes salpica las calles desconcertando a los ciudadanos. El lobo joven rompió la alambrada, ahora él es el viento que levanta los dibujos.


Murcia, julio 2008

sábado, 29 de enero de 2011

Con Ángel Haro, en su habitat (Juan Bautista Sanz)


El estudio del artista Ángel Haro es grande, enorme, en varias alturas y ambientes y me recuerda a  aquellos de Joan Miró, en Mallorca o Tapies, en Cataluña; algunas piezas están bien embaladas para su envío a Nueva York; nada que ver con intimismo alguno de la romántica buhardilla. No podría ser así; los caballetes son sólidos soportes metálicos construidos por él mismo –que viene de la fragua familiar- para aguantar monumentales formatos. Todo es gigante. Reconozco el camino del pintor en los rincones soldados  que guardan los múltiples objetos convertidos en obras de arte por su talento; en el rojo espeso de las texturas de tierra que identifican su materia noble. Hay libros referenciales en las estanterías empequeñecidas a causa de su relación con el volumen posible y el espacio habitable, y en primer término las maquetas de su última obra: las fachadas de un edificio en Murcia a base de vidrio serigrafiado.
                        
Se aprecia el escenógrafo que resiste en su interior y se intuye un trabajo intenso en soledad, en la compañía de la música a alto volumen, con escasos límites; como un león apresado en el habitat al que pertenece. Ángel Haro está en plena madurez creadora convertido en un titán de la inspiración plástica. Sus penúltimas rutas le han llevado hasta los confines de África, el continente que le ha impresionado, ahumado y ennegrecido -en sentido plástico-  su sentimiento.
             
En su obra hay una sucesión de cráteres y volcanes, una hermosa piel de lava negra, brillante y antigua. En sus papeles de gran formato, pueblos andantes sin norte y dirección, en la búsqueda ingenua y mecánica de la línea azul de un horizonte que nadie alcanza en vida. Hay arenas de desierto conmovido y misericordioso en mezcla auténtica con el teatral color de las figuras de las mujeres negras semidesnudas y floreadas. Como un antagonismo alegre que llega al artista de forma impresionada, por encima del humo que ahuyenta los mosquitos, entre la bruma de aquel otro blanco que espanta a la malaria.

Del artista nos interesa la verdad a su través, del espacio visible; el espacial dinamismo es reforzado por el cambio de foco en las imágenes que nos sugieren las tintas de sus cartones. Ciertas áreas de las telas están rica y generosamente empastadas, mientras que otras permanecen ligeras, sugestivas o veladas, en contraste con las partes más ricamente pintadas. Este cambio matérico confiere un empuje visual a las imágenes. 

Con el pequeño milagro de volverlo a encontrar, esta vez rodeados de sus criaturas de todas clases y collages, han desaparecido las oscuras imaginaciones. Y con ellas y sus sombras, se ha quedado, creo, la capacidad de trascendencia de lo realizado por el pintor, revitalizado e incansable.