- ¿En algún momento de tu vida te has preguntado por qué tienes la necesidad de pintar?
Esta es una pregunta que me hago con frecuencia. De hecho, alguna vez he aprovechado el impulso del “vértigo” que me produce esta cuestión para iniciar o continuar una pieza. Este es un tema artístico en si mismo y lleva aparejada otra pregunta no menos intensa ¿Por qué no puedo dejar de hacerlo?
- ¿podrías decirme cuál ha sido tu respuesta?
Esta respuesta para mi tiene tres tiempos.
a. En un principio el deseo de pintar fue puramente expresivo, de sincera fascinación. Quiero decir que se trataba de una acción que no precisaba receptor, me bastaba con el simple rastro de materia que dejaba un pincel o un lápiz pegado a mi mano para abstraerme del mundo y maravillarme con mis propios recursos. Era un sistema perfecto para abastecerme de sorpresas.
b. Después vino una fase donde intervenía la vanidad y el miedo, la búsqueda de reconocimiento en base a unas aptitudes que yo consideraba una distinción. Pero en mi fuero interno, se trataba de sentirme “absuelto” y por tanto protegido frente a la intuición de la vida que me esperaba. Pintar, a parte de servirme de bálsamo, era un salvoconducto para transitar por el mundo a salvo de los rigores de una vida “corriente”. Un tremendo miedo a la mediocridad que marcó el final de mi adolescencia. Sin embargo no supuso una merma para seguir profundizando en un lenguaje que me permitía niveles de expresión que no podía desarrollar de otro modo.
c. Por último, y esta es mi fase actual, el espectador ha vuelto a perder protagonismo mientras trabajo. Crear me está sirviendo para hacer balance, para comprender aspectos personales a los que nunca he querido enfrentarme y en definitiva, me está ayudando a abrir un camino que me libera día a día, incluso de mis propias convicciones. A veces creo que el final será simplemente volver a provocarme sorpresas, como la de los rastros del inicio. La fascinación alquímica de la materia expresando emociones mas allá de las que me asaltan conscientemente. Como mirar el fuego devorar un tronco en la noche, un final donde la mano sea la única que piense.
- ¿Desde cuándo consideras que sientes ese impulso creador?
Creo que todos nacemos con ese impulso creador, que nos acompaña durante buena parte de la infancia. Tal vez porque la dificultad de comunicarse con el mundo adulto obliga al niño a expresarse creativamente. Siempre que me preguntan: ¿Cuándo empezaste a pintar? Contesto: Yo empecé a pintar al mismo tiempo que todo el mundo pero cuando el resto abandonó, yo seguí sin parar hasta hoy.
- ¿Crees que tu vida sería peor si no tuvieras necesidad de crear?
No puedo saberlo aunque pienso que si. Tal vez lo hubiera sustituido por otra cosa. De lo que si estoy seguro es de que mi salud mental se hubiera degradado severamente. El efecto depurativo de la creación es para mi indispensable y en estos momentos no concibo mi mediano equilibrio emocional si no fuera por la posibilidad de “volcar” en el acto creativo gran parte de mis frustraciones y miedos. Si no fuera artista creo que sería alguien insociable y peligroso.
- Desde los griegos se vincula la melancolía a la personalidad creativa, ¿dirías que tienes episodios de humor melancólico?, ¿cómo los describirías?
La melancolía es para mi una constante, tanto que le ha puesto título a muchas de mis piezas por ejemplo mi última serie “Suite mélancolie”. Y aunque me asustaba en un principio pues me alteraba con gran virulencia dando paso a crisis de ansiedad, deseos abandono, huidas desesperadas, etc.., con el tiempo he aprendido a vivir con ella y ahora hasta la recibo con cierta complicidad. He pensado mucho en ella y hasta he escrito sobre su efectos. El día que la acepté como parte de mi, escribí: Melancolía es echar de menos el presente, eso me hizo asumirla. Ahora se ha convertido en parte de un estado creativo, que me permite renacer y empezar con fuerza nuevos retos.
- ¿Podría calificarse de placentero el proceso de realización de una de tus obras?
No siempre. Suelo partir de un caos encontrado o provocado y a partir de ahí intento ordenarlo mientras construyo, con los rastros del proceso, una imagen con cierta coherencia interna. Eso me lleva, la mayoría de las veces, a desorientarme y sentir una enorme ansiedad. Sin embargo, cuando salvo la pieza del desastre gracias a un golpe de imaginación y consigo solucionar el problema, la emoción del encuentro con una realidad imprevista y absolutamente nueva me genera un placer interior muy especial al que soy adicto. Ese sentimiento que está muy cerca del gozo físico, me ha provocado a veces: gritos, danzas improvisadas o alguna pulsión erótica. Adoro ese momento fugaz.
- Hasta donde quieras ser sincero: ¿sientes que hubo en tu infancia alguna pérdida que te indujo a crear?
Mi infancia fue ensimismada e introvertida aunque yo era un niño muy sociable. Sentí desde muy pequeño la necesidad de estar solo con mis colores o mis tijeras y hacer collages que luego pegaba en libretas. Eso me proporcionaba una sordera y un calor especial en las orejas que me reconfortaba mucho. El recuerdo mas doloroso que tengo es el de una niña sola llorando en la calle, una noche de navidad. Yo interpreté que estaba perdida aunque nunca lo supe con certeza y siempre me persiguió la idea de haberla abandonado a su suerte. Desde ese día odio la navidad y no hay un año por esas fechas que no recuerde el episodio con una claridad asombrosa. La vuelta a España a mediados de los años 70 desde Paris también supuso una fractura pues nunca me acostumbré del todo a las nuevas texturas que me rodeaban. Pero lo mas doloroso para mi fue la pérdida misma de la infancia, y tras su búsqueda aún ando cada día en mi estudio, en los viajes o pensando mientras conduzco mi coche en silencio.
- En los momentos de reposo entre una obra y la siguiente, entre un proceso y el que le sigue, ¿te encuentras mejor o peor que cuando estás metido de lleno en un proyecto en concreto? ¿A qué atribuyes esto?
Llevo muy mal los tiempos muertos porque sé que las obras solo existen cuando se realizan físicamente, y ahí el pensamiento no ayuda pues no ofrece mas que espejismos. Siempre que acabo una serie tengo la sensación de que no voy a ser capaz de trabajar sobre algo nuevo con interés, como si todo lo que hubiera aprendido hasta ese día se hubiera desvanecido. Me invade la certeza de una enorme ignorancia que me paraliza y no me recupero de ese terror hasta que estoy de nuevo inmerso en otra búsqueda. Tengo un enorme miedo a que un día mi capacidad creativa se esfume y me encuentre solo frente a un mundo que necesito sustituir a diario.
- ¿Sueles relacionar tus producciones por los diferentes momentos biográficos en que las realizas?
Si, aunque esto sea involuntario. Procuro no tener como punto partida ningún elemento biográfico a la hora de iniciar un trabajo. Aunque tomo notas sobre aspectos que me inquietan o me marcan de alguna manera. Estos aspectos pueden ser, personales, artísticos, políticos o tal vez la muerte de alguien significado para mi, pero eso queda para mis “cuadernos de bitácoras”. Sin embargo, cuando trabajo en una pieza me sitúo a propósito bajo cierta “inconsciencia” que no permite que nada concientemente biográfico irrumpa en la obra, aunque pasado el tiempo inevitablemente aparezcan esos aspectos. Pero al menos me garantizo que esa parte asoma de forma depurada, esencial y sin vanidad. Me parece mejor ser un especie de “médium” por el que pasan los impulsos hasta convertirse en materia creativa. Creo que el exceso de presencia del autor en una obra de arte es un ejercicio de exhibicionismo innecesario. Me interesan mas los artistas que están al servicio de su obra, que las obras que se construyen para alimentar la vanidad de autor. Dicho esto, no existe la obra aséptica que no esté contaminada del contexto del autor. Lo que si me ha ocurrido alguna vez, es que he realizado una serie que presagiaba un suceso personal importante, sin saber lo que estaba haciendo. Como si mi yo creativo tuviera una información que desconocía. En el año 1991 inicié una serie de cuadros-esculturas “preñados” de paja, a los que titulé: Cachorros. A las dos semanas de inaugurada la muestra de esas piezas, llegó la noticia del embarazo de mi primer hijo. Recuerdo ese día no sólo por la noticia en si, sino porque fue la primera vez que me asusté con una de mis obras.
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